Dispuestos a todo corrimos hacían donde estaban los
desgraciados. Empujábamos a la gente sin distinguir niños de adultos. El primero
en pegar fue el Monchito, pues es el más veloz. Empezaba una tremenda pelea. Como
es clásico mió, llegué con un rodillazo contra mi oponente. El cayo aturdido
del tremendo impacto. Volteé a ver alrededor y note que nos superaban en número.
Cada quien agarro dos chambelanes. De repente sentí todo se me nublo. Caí al
suelo, y sentí dos o tres golpes. Me levanté lo más rápido que puede. Como pude
desconté al agresor.
Nos estaban ganando la batalla. Una batalla irregular.
Estaba, lleno de coraje pues no podíamos vencerlos. Use mi último
recurso. Saqué la 45 y empecé a repartir cachazos a diestra y siniestra. Nuestros
rivales al percatar de que iba armado empezaron a retroceder.
Quite el seguro de la pistola y la corte. En el momento que
la corte todos los presentes retrocedieron. Comenzaron a gritar “ya estuvo”. Sin
dejarles de apuntar levante a los caídos.
Nos fuimos haciendo para atrás. Ellos se fueron del lugar
con temor. Nos salimos de la feria, pero ya afuera mis amigos nos estaban
esperando. Me preguntaron quien me había golpeado. Como todo niño al que le
quitan el dulce, les di la queja. Están furiosos.
Comenzaron a reunirse dispuestos a ir al lugar en donde vivían,
pues tenían que pagar lo que habían echo.